Vaho

Recibo tus palabras como quien espera el cumplimiento de una promesa, me refugio en la regadera para dejar correr el momento y el agua fría. Leo cada palabra y mi clítoris late con vida propia, y ahí empapada por dentro y por fuera me preguntó tu nombre y siempre termino dándote otro en la forma y fonética de un gemido. 

Recostada sobre el azulejo miró el techo blanco del cuarto del baño cerrado a cal y canto, no quiero interrupciones cuando vienes a mi desde el imaginario: existes ahí de pie a mi lado y yo puedo mirarte en contrapicado. Ahora quiero que observes con detenimiento cómo me tocó sin dejar de mirarte a los ojos, en una alusión al reto, al duelo entre dos pistoleros. 

Te muestro ese infierno de labios mayores y menores, y preguntó: ¿qué tanto quieres montarme? Tú como todo un sádico no respondes. Me incorporo hasta quedar de rodillas y abrazarme de tu piernas, nunca había conocido la desesperación tan cerca, con tanta urgencia. Me tomas por el cabello para presionar mi cara contra tu entrepierna. Sí, si quiero mamar tu verga hasta sentirte eyacular en mi lengua, lamer sin importar la arcada, el estertor o la asfixia. Eres duro, cruel y delicioso cubierto de mi besos más atrevidos, esos que se revelan contra toda recomendación de decencia. 

Tú respiración es agitada, prólogo del orgasmo cálido y blanco, pienso beberte todo hasta que digas mi nombre, hasta que me pidas detenerme porque ya eres otro: un esclavo, un caníbal, un monstruo de rodillas. Ahora te montó con el destino preciso de verme en tus ojos, te beso aún con semen en los labios y caemos en la clasificación de Pornografía y Depravación de la que siempre me advirtió mi madre. 

El sexo contigo duele por ser de esas cosas que no pasaron nunca, pero son siempre.

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