Medieval

Y despierto con la soledad encallada entre las piernas y como una inesperada sorpresa leo tus palabras abundantes y contundentes como deben ser tus labios. Mi sexo punza exigiendo las caricias de la mañana y ahí estoy siendo penetrada por tu escritura, busco el punto G de gemir tu nombre, el cual desconozco pero intuyo medieval y poderoso. 

Y estamos en el campo de batalla asido uno de otro, cubiertos en sangre enemiga y con las armaduras hechas añicos por las embestidas del odio y la guerra auto-impuesta. Hemos peleado con dragones de otros mundos y ahora estamos solos, heridos y desnudos. Busco tus labios, tu aliento y tu lengua para disipar el dolor con tu saliva. La derrota nos derriba sobre el lodo rojo y las viseras de nuestras víctimas, y ahí entras en mí con la fuerza de una horda, tu sexo me invade y arremete con el afán de pulverizarnos y ser uno con el polvo y las cenizas. Mi sexo arde cual forja donde el metal más resistente se funde y sobre mí empiezas a gruñir como una insaciable bestia. Rodamos al son del Apocalipsis y término montándote con los pechos oliendo a humo y carne quemada, los pezones duros imitando puntas de fechas y al instante sujetas con fuerza mi cintura para penetrarme profusa y profundamente. Lo único nítido en tu rostro son los ojos, tu mirada de oscuro destello que no deja de observar mi éxtasis y como en un espejo veo venir mi propio orgasmo salvaje y desbocado. 

Tu espada da la estocada final al dragón, sus entrañas discurren por el tiempo y de su sangre quedas cubierto.

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